Breve historia de Dublín
Lugar de grandes monasterios, de sagradas tradiciones y costumbres, Dublín fue una tierra pacífica hasta que al fin los vikingos se adentraron en sus tierras. Apartada como está del continente europeo, Irlanda no se ha visto demasiado involucrada en grandes guerras, y por tanto, su capital, Dublín, consiguió mantenerse prácticamente neutral en los grandes enfrentamientos del siglo XX. Sin embargo, su Historia también ha estado sembrada de tragedias y luchas internas, de invasiones y abusos que la han marcado pero que al mismo tiempo la han convertido en una tierra de gentes fuertes y profundamente arraigadas a sus tradiciones.
Pocas huellas tenemos del pasado prehistórico de este país. De origenes cazadores y recolectores, los primeros agricultores llegaron a la zona hacia el cuarto milenio a.C. y con el asentamiento de éstos, las primeras construcciones y murallas. Sin embargo, no fue sino hasta la edad de hierro cuando no se constató la presencia de una civilización fuerte, la de los celtas, procedentes de Europa central, considerados los verdaderos fundadores de Dublín. A ellos se les debe la lengua gaélica de cada vez mayor uso en el país y las danzas tradicionales entre otras muchas costumbres fuertemente arraigadas. En el Museo Nacional de Dublín pueden verse muchos de los restos que de ellos se conservan, piezas de oro, joyas y restos arqueológicos, entre otros.
En el siglo V Dublín se convirtió al cristianismo. Según cuentan las leyendas locales, San Patricio llegó a esta tierra en el año 433 tras una dura vida en la que fue hecho prisionero y vendido como esclavo por piratas. De origen escocés, tras huir de sus captores decidió evangelizar Irlanda, por entonces sometida a las creencias druídicas. Politeístas como eran los celtas, hubo de basarse en símbolos locales para introducir la nueva religión. El shamrock, el trébol de tres hojas símbolo de Irlanda, le sirvió para explicar la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, cada uno una hoja, pero todos juntos, una sola flor: tres entidades, pero una unidad y un sólo Dios. Los megalitos, típicas construcciones celtas, fueron la base de la cruz celta, cuyo dos brazos lo formaron originariamente dos de esos megalitos, el pueblo y Dios unidos en un centro común, donde aparecía como nexo el Sol. Bajo ese Sol, esfera central que une los dos brazos de la cruz, se tallarían en principio los símbolos de alfa y omega, de origen celta, para poco a poco, pasar a representar escenas bíblicas.
Este proceso de cristianización coexistió con la colonización vikinga. Fue hacia el año 840 cuando hicieron las primeras incursiones, siendo una de las primeras por Dublín, un puerto totalmente abierto al mar. De tierra oscura, era rica en productos minerales y carbón, característica en la que los vikingos se apoyaron para otorgarle el nombre que, con modificaciones, ha mantenido hasta hoy: Duvb-linn (pozo negro, en gaélico). En el año 841 Ivar y Olaf entraron por la bahía dublinesa para fundar allí una primera zona comercial en la orilla sur del río Liffey que divide la ciudad.
Con el paso de los años, Irlanda acabó siendo dominada por los vikingos quienes establecieron cuatro provincias: el Ulster al norte, el Munster al sur, Leinster al este y Connaught al oeste.
Sin embargo, el país no quedaría exento de nuevas ambiciones y luchas. En el año 978 surgió la figura del rey Brian Boru, regente de Cashel, capital de la región del Munster a quien se le conoce como el primer Gran Rey de Irlanda, pues bajo su gobierno dominó toda la nación tras derrotar a un ejército conjunto vikingo en la batalla de Clontarf. Ocurrida en el año 1.014, Brian Boru derrotó al rey de Leinster, región a la que pertenecía Dublín que ya había caído en el año 999 tras rendirse el rey dublinés Sitric Silkenbeard.
Poco duró la nueva paz, pues én el año 1169 fueron los nobles anglonormandos quienes fijaron la vista en la ciudad. Desde Gales llegaron los barones normandos, invadieron el país y Enrique II de Inglaterra acabaría autoproclamándose rey de Irlanda a la par que entregaba Dublín a los hombres de Bristol. El cultivo y el truque florecieron en esta época. El comercio hizo de Dublín una ciudad rica y floreciente que, sin embargo, se vio azotada, como tantas otras ciudad europeas, por la peste negra entre los años 1348 y 1351, lo que dejó diezmada a su población.
Si ya por esta época las tensiones entre normandos, ingleses y clanes irlandeses se hacía más patente, con la apropiación del título de Rey de Irlanda por Enrique VIII, la ruptura fue total. Irlanda entró en el siglo XV bajo los visos de nuevas guerras esta vez de origen religioso. El distanciamiento de la monarquía inglesa con la iglesia católica quedó patente cuando Enrique VIII abrazó el protestantismo; paralelamente implantaron políticas de colonización que acabarían por llevarles hasta la isla verde donde a lo largo de una guerra de más de 150 años mostraron su crueldad y dominio para con los irlandeses. Bajo el mando de Oliver Cromwell, quien desembarcó en Dublín en el año 1649, la persecución a las tradiciones y costumbres gaélicas fue total; la población nativa dublinesa se convirtió en meros siervos de los ingleses y el Castillo de Dublín acabó por convertirse en una prisión donde se daba muerte a cuanto irlandés osara enfrentarse a la Corona inglesa. El año 1690 vio como Guillermo de Orange derrotó al católico Jaime II en la batalla de Boyne: la última esperanza de hacer renacer el espíritu católico en Dublín murió de esta forma durante cientos de años.
En el lapso de este tiempo fue fecha importante la del año 1592 cuando la reina Isabel I aprobó los estatutos de fundación del Trinity College.
Económicamente Dublín vio cuadruplicar su población, alcanzando los más de 170.000 habitantes en el siglo XVIII. Esta prosperidad contribuyó a la construcción de grandes mansiones y el lujo y la elegancia arquitectónica se convirtieron en un sello de identidad de la capital. Dublín entró así en la época georgiana. Sin embargo, todos los privilegios continuaban aún en manos protestantes, pues los católicos seguían sin el derecho a comprar ni poseer tierras. Perseguidos, sin derecho a voto, ni acceso a las oficinas públicas; sin derecho a la práctica libre de su religión ni al uso del gaélico, y bajo duras penas de ahorcamiento, poco a poco el sentimiento independiente fue arraigando entre los dublineses. En esta situación se entraría en el siglo XIX no sin antes haber visto la construcción de la Leisnter House, hoy Parlamento irlandés, en el año 1745 o la fundación de la Guinness Brewery en el 1759.
El siglo XIX estuvo marcado por la hambruna que sufrió Irlanda entre los años 1845 y 1849 que redujo su población a más de la mitad. Casi un millón de personas murieron y otro tanto emigró hacia tierras americanas en busca de oportunidades. Un hongo proveniente de Inglaterra se cebó en las cosechas de patatas, elemento esencial en la alimentación de los irlandeses en aquella época. Como si de un efecto dominó se tratase, aquella enfermedad de la patata desembocó en una crisis social y económica tan devastadora que de una población de casi ocho millones de personas se pasó a poco más de tres hacia el año 1900. El resultado colateral fue el crecimiento de la comunidad irlandesa en EEUU adonde llegaban en los conocidos como «barcos ataúd», pequeñísimas embarcaciones donde los agricultores y clases menos pudientes buscaban un pasaje para cruzar el Atlántico en un viaje en el que una buena parte de los emigrantes jamás llegaban a ver tierra. Tal fue aquella crisis que, hoy día, Irlanda, aún no ha recuperado la población que por aquel entonces tenía.
El grito social se alzó entre las clases más pobres en busca de una mejora en los derechos de los aparceros que desembocó en una reacción aún más fuerte en apoyo por la independencia. Dos figuras importante surgieron en la historia del país: Daniel O’Connell al que se conoce como «el Libertador» quien fue el principal instigador de la independencia irlandesa, y Charles Stewart Parnell quien dio su apoyo en el Parlamento para avanzar en la autonomía. Ambos tienen hoy sus estatuas en la principal avenida de Dublín, uno en cada extremo de la avenida O’Connell (podéis ver la estatua de O’Connell en la foto superior).
El siglo XX fue el de levantamiento definitivo de los irlandeses pero también fue uno de los más cruentos en su historia. Si bien lograron esquivar, por su situación geográfica, los efectos de las dos guerras mundiales, si sufrieron una guerra interna en la que se luchaba por la independencia.
En 1916 se produjo el Levantamiento de Pascua. Aquel lunes de Pascua del mes de abril las fuerzas revolucionarias irlandesas encabezadas por Patrick Pearse al frente de los «Voluntarios Irlandeses» y por James Connolly al frente del Ejército Ciudadano Irlandés tomaron parte de Dublín y proclamaron la República Independiente de Irlanda. St. Stephen’s Green, el Ayuntamiento, el edificio de Correos y otros edificios públicos fueron tomados por los revolucionarios quienes, sin embargo, no contaban con el respaldo total de la sociedad. Atrincherados en estos edificios, fueron acorralados y bombardeados por los ingleses hasta que finalmente hubieron de rendirse. El escarmiento por el alzamiento fue tan violento que cambió el apoyo social de los dublineses hacia ellos. Los quince cabecillas de aquel momento histórico fueron fusilados por los ingleses en la cárcel de Kilmainham, en Dublín, entre ellos el propio Patrick Pearse, James Connolly o Joseph Plunkett. Aquellos hombres serían considerados como mártires y hoy día se les considera héroes nacionales.
La primera Guerra Mundial prácticamente detuvo todo acto de hostilidad, pero tras ésta, en el año 1919 se estableció un Parlamento Irlandés que sin embargo no se reconoció oficialmente en el edificio de Mansion House, frente a los jardines de Merrion Square. En esos años, un pequeño partido monárquico que había permanecido neutral en el alzamiento de Pascua, el Sinn Fein, comenzó a ganar adeptos, y poco a poco, entre sus dirigentes fueron ascendiendo algunos personajes que sí habían tenido participación activa en 1916 y que tras las ejecuciones se afiliaron al partido. Eamon de Valera y Michael Collins fueron dos de sus principales cabezas de partido.
El 16 de abril de 1920 se produjo una terrible batalla frente a la Oficina de Correos de Dublín. El ejército inglés se apostó en el interior del Trinity College de donde partieron para luchar por las calles de Dublín contra el nuevo alzamiento que, esta vez sí, contaba con todo el apoyo popular. La victoria irlandesa fue total en esta ocasión y los ingleses hubieron de ceder en las peticiones que le llegaron desde la capital. Al fin, tras más de setecientos años de ocupación, el castillo de Dublín fue abandonado por el ejército británico. Dublín y por ende, Irlanda, había sido liberada.
Mediante el Tratado Anglo Irlandés la isla se dividió en dos partes concediendo la independencia total a la parte sur, el Estado Libre de Irlanda, mientras la parte norte, la que hoy es Irlanda del Norte, quedó como parte del Reino Unido. En 1936 el Estado Libre pasó a conocerse como Eire, y finalmente, en 1949 como República de Irlanda.
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